jueves, 30 de octubre de 2008

La noche de remate de caballos, (no) como siempre


El narrador del 5 y 6 se quedó narrando solo, en el 23 nadie lo siguió escuchando, se oyeron ambulancias y una bomba y una estruendosa caída y gritos. Y otros no oyeron nada. Y otros dejaron de oír.

Era noche de remate de caballos, y como siempre, un grupo de amigos de los bloques del 23 de enero, se reunieron para ver las carreras. Como siempre, mucho ruido, muchos gritos de los hombres aupando a sus caballos, a sus jinetes, a sus compañeros. Eufóricos por ganar apuestas que después no celebrarían. La voz in crescendo del narrador de los caballos aumentaba la emoción de los del 23. Cada vez faltaba menos para la meta, cada vez gritaba más el narrador, cada vez faltaba menos para la explosión.
Nadie recuerda si llegaron a oír el final de la carrera, nadie recuerda la explosión de alegría del narrador, pero sí oyeron otra explosión, y no, no eran los plomos de siempre. Esta vez no fue como siempre, esta vez no había pasado nunca. Y pasó cuando un joven vecino de los demás vecinos, en medio de uno de sus frecuentes viajes de drogadicción, lanzó una granada en la zona donde como siempre, eran los remates de caballo.
Los que se encontraban en la caminería del bloque 35 vieron caer algo extraño desde arriba, o no lo vieron, porque todo sucedió muy rápido. Algo que cayó explotó y después supieron que fue una granada, tres de ellos nunca lo sabrán, porque murieron con la explosión. Otros 19, están internados en varios hospitales, y si logran salir de allí, algún vecino les contará cómo sucedió todo la noche de los caballos y la noche de la explosión y la noche que Jefferson José Arnal lanzó una granada.

A muchos los sorprendió la bomba, pero no les extrañó el autor. Luego de la caída inesperada del punto negro que se convirtió en bomba, cayó del piso ocho, algo más grande, alto, muy delgado, pero cayendo se veía enorme, era Jefferson, saltó al vacío y se mató. A Jefferson le decían “Urraca” y también le decían “Gaferson”, su familia que ya no vivía con él había logrado que terminara bachillerato, y él logró conseguir dos trabajos, pero después su trabajo se convirtió en plural y se hicieron sus vicios. Las drogas lo consumieron y lo hicieron alucinar varias veces. Sus delirios los convencieron de que lo iban a matar.

Jefferson era inteligente, era capaz de desarmar una moto y volverla a ensamblar, y funcionaba después. Pero no fue tan inteligente a la hora de administrar sus dones. Se dedicó a reparar armas, las de los matones del 23, las de los plomos de siempre. Era noche de remate de caballos, y nada terminó como siempre.

MARIA ALESIA SOSA C.

2 comentarios:

Andrés Maturén dijo...

Lástima que esto sea día tras día no solo en el 23, sino en muchas zonas populares y humildes de todo el país. Ojalá algún día tengamos el valor de resolver estos problemas:

http://es.youtube.com/watch?v=LN9DODLK6as&feature=related

Comos siempre excelente mary.
Un abrazo
M

candideces dijo...

Recuerdo cuando el 23 de Enero y Catia, donde me críe, era parte de la parroquía Sucre y la rivalidad del equipo de baloncesto "Mosca" y del Centro Juvenil. Las cosas cambian, y como dice una canción de The Beatles, no siempre para mejor