domingo, 6 de abril de 2014

Vivir para no contarla


Maria Alesia Sosa Calcaño
@MariaAlesiaSosa

Dos amigos, Gustavo y Luis Daniel, salen un sábado a montar bicicleta. Normal. Los secuestran. Normal. Los matan. Normal ¿Quién cuenta lo que pasó? Nadie, porque los mataron.

García Márquez tiene un libro que se llama ‘Vivir para contarla’, es el primero de tres volúmenes de relatos autobiográficos. Supongo que García Márquez ha vivido cosas insólitas, interensantísimas, difíciles, emocionantes, terribles. Y supongo que cree que vale la pena contarlas.
Para nosotros, los venezolanos, la realidad de García Márquez es algo como de cuento, es como sus libros, es como Macondo, es realismo mágico, es algo que no conocemos. Y nos preguntamos con estupor, ¿hay todavía gente en el mundo que vive para contarla? Y nos impresionamos de que eso nos impresione.

Los venezolanos podríamos cambiarle el título al libro: ‘La suerte de vivir para contarla’. Porque aquí en Venezuela, vivimos cosas insólitas, interensantísimas, difíciles, emocionantes, terribles, pero es casi un sueño imposible, vivir para contarlas.

Me entero de los asesinatos de Gustavo y Luis Daniel, los dos amigos que salieron a montar bicicleta, justo el día que se cumplen tres meses del asesinato de Mónica Spear y Thomas Berry, otros dos que no pudieron contar lo que pasó, porque los mataron. Gustavo y Luis Daniel, tienen dos hijos cada uno, en edades muy parecidas a la de Maya, la hija de Mónica Spear.

¿Quién le va a contar a los hijos de Gustavo y Luis Daniel los paseos que hacían sus papás en bicicleta? ¿Quién le va a contar a Maya, que su mamá amaba Venezuela y quería ir con ella a recorrerla toda? ¿Quién le dice a los hijos de Gustavo y Luis Daniel, que a pesar de todo, sus papás estaban aquí apostando por este país? (Porque seguir aquí ya es apostar) ¿Quién le cuenta a Maya que su mamá un día fue la mujer más linda de Venezuela y que casi casi la más linda del universo? ¿Quién le cuenta a los hijos de Gustavo y Luis Daniel los viajes a la playa, los chistes y las tremenduras con los amigos que hicieron sus papás? ¿Quién le cuenta a Maya que su mamá y su papá estaban enamorándose otra vez? Nadie. Porque a Mónica, a Henry, a Gustavo y a Luis Daniel, los mataron. Porque en Venezuela se viven cosas alucinantes, impresionantes, insólitas, pero aquí, se vive para no contarla. Normal.



Tarjeta de alimentación y no racionamiento del odio

 
MARIA ALESIA SOSA CALCAÑO
@MariaAlesiaSosa

Esta mañana me dispuse a hacer un reportaje de la tarjeta electrónica. Es la noticia del día. La tarjeta empieza a funcionar mañana, hoy tomaban las huellas para que la gente haga sus compras. Reconozco que fui con algo de prejuicio, porque el carácter cubano de este Gobierno obliga a que mi cerebro relacione esta nueva tarjeta con la tarjeta de racionamiento cubana. Pero mi deber es investigar, ver cómo empezó la cosa, cómo está funcionando.

A primera hora de la mañana entrevisté al economista Asdrúbal Oliveros, quien en su declaración para mi reportaje, le da un voto de confianza a este nuevo sistema porque en otros países ha sido positivo. Yo decido dárselo también, y mi prejuicio entonces se reduce. Lo cual me alegra, porque no puedo olvidarme que soy periodista. Insisto, mi deber es investigar.

Planeo ir a varios mercados del Gobierno, para ver cómo avanza el sistema. Camino hacia el Bicentenario. Recorro los pasillos. No hay colas, no hay demasiada gente, ni demasiados productos. Había aceite, pensé comprar, pero primero debía grabar y entrevistar. No advierto movimiento de la tarjeta. No veo ningún stand donde tomen la huella. La gente tampoco parece estar enterada de lo que el Diario Vea anunciaba en un titular de hoy: “Gran registro del Plan Abastecimiento Seguro”.

Grabo algunas tomas de los anaqueles, el de lentejas lleno, el de harina vacío, en las oxidadas neveras de carne quedaban algunos paquetes. Había cereal, pero leche no. Sigo grabando. Las tomas no son bonitas, son el reflejo de un sitio en decadencia, de las sobras de cualquier cosa. Son pasillos de resignación y conformismo. Grabo un poco más. Grabo la presencia de militares. Al fin y al cabo es raro ver militares en un mercado.

Le pregunto a uno de los empleados de camisa roja, que donde es que están tomando la huella para la tarjeta electrónica. No tiene idea de lo que le hablo.

Voy entonces a las cajas y hago un toma de la gente pagando. Era la última toma. Después el plan era entrevistar a los encargados sobre la tarjeta y que el supervisor, gerente o militar, supongo, me dijera en qué consistía el sistema. Pero no pude. Mientras grababa la caja, uno de los empleados de camisa roja se me viene encima, me empuja la cámara.


—¿Qué me estás grabando tú? ¡Me estás grabando la cara con dinero en la mano! ¡Me vienes a robar!

Nunca tan arbitrariamente me habían llamado ladrona. No entiendo el odio.

—¡MILICIA! ¡MILICIAAA! ¡Venga acá milicia! ¡Esta tipa me está grabando con dinero en la mano para robarme!

Le dije: “¿Disculpa?”. No me dio tiempo a hacer más preguntas. Ya estaba rodeada de militares, cuya labor era intimidarme. También me rodearon empleados de camisa roja.

El “milicia” encargado me obligó a que le diera la cámara.

— No te voy a dar la cámara, porque en ese caso me estarías robando tú a mi.
— Me das la cámara, tú no puedes venir a grabar aquí así.

Lo que más me impresiona es que él considerara una amenaza las tomas de un anaquel ¿Tan mal veía él su mercado? ¿Entonces él sí es sensible a la escasez, al deterioro? Por eso, le dije: —¿A qué le tienes miedo? No contestó.

Rodeada de varios verde oliva y empleados de camisa roja, comenzaron a gritarme: “Que entregue la cámara”, “Que borre el material”,  “Estás conspirando contra la revolución”. Se unieron algunos clientes, nadie para defenderme. Esas órdenes después se convirtieron en insultos: “Cabeza de huevo”, “maldita puta”, “No eres periodista”. Nadie me defendió.

—Te vienes adentro conmigo— me dijo el militar.
—No me voy a un cuarto con usted, usted no me manda, y yo no lo conozco.
—¡Tranquila, yo no tengo tan mal gusto!, me contestó con asco y odio.

Cuando comprendió que nunca iba a entregarle la cámara, me dijo que tenía que borrar todo lo que había grabado. Sólo así podía irme, o “me llevaba presa”. Presa por grabar en un mercado. Me lo repito y no lo digiero.

Lo consiguieron. Borraron todo mi material. Pero sobre todo, consiguieron sacar de ellos mismos, el odio desmedido para el que han sido entrenados. Por un momento, me pregunté cómo habían sabido que yo no era de su equipo. Nunca saqué un carnet, no hice preguntas incómodas, no hubo tiempo. Me odiaron por mi cara y por mi cámara. Les pareció, a todos, que ese no era mi territorio, que yo no tengo derecho a pertenecer ahí, ni a comprar aceite, ni a grabar.

Me dejaron ir. Pero sin las tomas de los pasillos de resignación y conformismo, sin las tomas de anaqueles vacíos, y las de militares en un mercado. Apenas puse un pie fuera de ese país desconocido, mi rabia se convirtió en llanto. No por no poder hacer mi trabajo, no por el reportaje, no por las tomas, ni por la cámara, no por el acoso a los periodistas que ya es costumbre. No podía contener el llanto, por el odio exacerbado que me tienen sin saber ni siquiera quién soy. Porque me detestan sin saber si trabajo en un orfanato cuidando niños, o mato gente todas las noches. No importa. Me odian. Y yo odio que me odien.

No sé si el Plan Abastecimiento Seguro o la tarjeta electrónica funcionará, lo que sí se que funcionó es el odio que han sembrado hacia los que no piensan igual. El trabajo es detestar al otro, la misión es aniquilarlo, la meta es que nos odiemos aunque no haya razón. Y eso termina destruyendo de tristeza, de impotencia y de desesperanza al odiado. No sé cómo se va arreglar la economía, ni la política, pero, mejor nos preocupamos por otra cosa: el problema más grave que tiene Venezuela y más difícil de solucionar es el odio sembrado. Ya tiene demasiadas raíces y apenas estamos recibiendo la primera cosecha.

Caracas, 31 de marzo de 2014.

viernes, 5 de noviembre de 2010

martes, 15 de junio de 2010

El pulso y alma de la crónica

Hace como tres semanas, participé en un concurso por un cupo para el V Seminario de Periodistas, El Pulso y Alma de la crónica de Bigott. Para participar, envié el texto del Viernes Negro que está en este blog. Fui seleccionada con un grupo de 19 periodistas y empezamos nuestro curso el lunes pasado.
Lo primero que aprendí es lo poquito que sabía de hacer crónicas. Concluí que este género periodístico es una mezcla de suerte(sobre todo para los temas), investigación, buen reporteo, inspiración y por supuesto, talento para escribir. Parece sencillo, pero no lo es tanto, por eso quiero compartir con ustedes unos tips muy puntuales que debemos saber para escribir crónicas. Claro que no es suficiente, hay que leer mucho, y agarrarle el tono al género. También les voy a recomendar algunas lecturas que los ponentes del seminario (Alfredo Meza, Albor Rodríguez y Cristian Valencia) compartieron con nosotros para explicarnos de qué se trata este arte.Pero si la crónica se puede poner en 5 palabras diría que todo se basa en esto: TO SHOW, NOT TO TELL.
- Combinar narración e información
- Ofrecer muchos detalles
- Sensación de que el tiempo pasa...
- Hacer comparaciones con referencias conocidas
- Escribir por escenas
- Incluir diálogos
- Relacionar las noticias con temas importantes: amor, codicia, miedo, tristeza
- Mostrar a los personajes y no sólo decir lo que dicen.
- Dosificar, si se trata de contar, no contar todo a la vez.
- Nada de la técnica puede alterar los hechos
- Sujeto, verbo y predicado es la mejor opción
- Indicar lugar y temporalidad
- No vale decir, ya lo publicamos.Toda noticia tiene otra historia.
- Los párrafos de contexto deben ser cortos.
- Arrancar párrafos siempre con lo esencial, no con lo accesorio.
- Los cabos sueltos: no debemos crear expectativas de lectura que no seremos capaces de satisfacer.
- Igual que debemos hacer un buen lead, estamos obligados a cerrar la información.

**Para leer, les recomiendo al cronista colombiano Cristian Valencia. Tiene un libro de Crónicas que se consigue en Caracas y se llama "Hay días en que amanezco muerto".

**Aquí les pongo algunas crónicas que vale la pena leer:
El último vuelo de Techos, por Andrés Grillo.
La mujer del prójimo, por Guy Talese (buen ejemplo de descripciones)
El clero en la lucha, por Gabriel García Márquez

martes, 28 de abril de 2009

A 5 años: Mi discurso de graduación

A cinco años de graduarme del colegio, y a punto de graduarme de la Universidad, recuerdo el Discurso de graduación que escribí para mis amigas ese Julio de 2004.

Discurso de Graduación
Promoción XLI
2003- 2004

El horóscopo chino se rige por la agrupación de sus signos dependiendo del año de nacimiento de las personas. Parece absurdo pensar que la gente del mismo año tiene algo en común, sí parece absurdo, pero después de llorar un poquito escribiendo esto, porque me van a hacer mucha falta, me di cuenta que la tradición Oriental no está tan errada. Fue una fuerza distinta, parecía casualidad, pero nunca pensé que por tener la misma edad, nos íbamos a querer tanto.

Para ser sincera, no recuerdo muy bien ese día, pero seguramente lloré, porque llegué a un lugar que no conocía, donde había unas cincuenta niñitas vestidas todas igualitas y seguramente no entendí tal casualidad. Nunca había estado en un lugar así. (Ustedes saben que yo no fui al kinder).

Nos metieron en un salón y nos dijeron que éramos Maternal, cosa que probablemente no oíste por culpa de tu llanto o el de la niñita que tenías al lado. Pensé que sería cosa de un día, pero la bienvenida que nos dieron las señoras que decían llamarse Misses, fue tan emotiva y significante que supe que mi estadía en este lugar no sería tan corta. Ese día jugamos poco, no conocíamos a nadie. Nos vimos unas a otras, con los ojos llenos de lágrimas porque no queríamos estar ahí, los mismo ojos que llorarían un mar de agua salada 15 años después, porque ése día cuando todo empezó, cambiaría nuestras vidas para siempre.

Y ¿Cómo no las iba a cambiar si vivimos tantas cosas juntas? Perdimos y ganamos juntas, cantamos y fuimos a paseos, coleccionamos barajitas y cambiamos calcomanías, brillantes y hasta peluditas, peleamos y nos perdonamos obligadas, nos cambiamos la merienda un día, Pedimos cintas con la bruja de los colores, vimos mundiales juntas, hicimos mil tremenduras y aprendimos de los regaños, nos pusimos narices de pinocho y nos hicimos prendas con el aluminio de los sanduchitos, Jugamos ladrón y policía, y sin ánimos de atribuir al verdadero concepto, siempre fue mejor ser ladrón. Nos contamos chistes y muchos secretos, jugamos jackies y marchamos. Bailamos gaitas, hicimos música y ganamos trofeos. Fuimos creciendo y cambiamos los juegos por las interminables conversaciones que nos culturizaron más que cualquier clase. Algunas entramos al espectacular mundo Humanista, y otras no pudieron evadir su vocación Científica.

En Humanidades descubrimos, que no hay que ser tan reconocido como Sócrates para hacer cosas grandes y que bastan ganas y mucha perseverancia para crear nuestros propios ideales perfectos como los de Platón.

Juntas recorrimos la historia de la Humanidad y supimos que los grandes héroes lo entregaron todo por sus sueños y que los mejores gobiernos se volcaron por completo a sus pueblos. En el mundo de las letras, leímos y conocimos nuestra patria centímetro a centímetro, y nos enseñaron que era del latín de donde venían todas las palabras de aquellas interminables conversaciones.

Ahorita, entre tantas cosas, lo único que siento es nostalgia, porque se acabó algo que no pudo ser mejor, una nostalgia que me hace llorar, no por tristeza, pero tampoco por alegría. La nostalgia que me recuerda que viví algo tan maravilloso que, irónicamente, no se volverá a repetir.

A mi colegio le digo adiós, a estos espacios que nos techaron durante 15 años, a las cantinas que nos alimentaron, la calle que cruzamos, las tarimas que temimos, los casilleros que ordenamos… Pero a ustedes no me atrevo, de las niñitas no me puedo despedir de un día para otro después de 15 años juntas, no hay abrazo que clausure esta experiencia.

No bastó compartir recreos, sonrisas, almuerzos, exámenes, abrazos y tantas cosas que todavía no he perdido y ya siento que añoro. Juntas crecimos de la mano y construimos una historia, sin pensar en su final.


Más que mi deber, ejerzo mi derecho de dar las gracias a todo el que en algún momento nos acompañó en este largo viaje. Por supuesto a Dios, porque fue él quien juntó nuestros caminos y nos regaló un día diferente para cada una de las cosas que teníamos que vivir aquí, porque no escatimó con nuestras bendiciones y sin saber que la íbamos a aprovechar al máximo, nos regaló esta maravillosa experiencia.

A nuestros padres, que son seres humanos de juventud prolongada, porque ni las marcas en la cara, ni las tantas veces que han soplado velitas, les ha restado la fuerza joven para darnos una educación de hogar indescriptible. Porque son tan valientes que decidieron dar y formar vidas, sin saber cómo se hacía, ya pasaron la parte más difícil. Cuando teníamos 14 años, creíamos que ustedes eran tan ignorantes que no los soportábamos, hoy en día nos asombra lo mucho que aprendieron en 4 años, hasta nos dimos cuenta que quienes aprendimos fuimos nosotros, no supimos que ya ustedes sabían. Gracias también por haber tomado la sabia decisión de hacer su mayor inversión en este colegio.

A Las Sisters, nuestros profesores y todo el personal del colegio, Gracias porque con dedicación y paciencia, nos enseñaron que “El que no vive para servir, no sirve para vivir” y que dando siempre a los demás encontraríamos la felicidad que todos buscamos. Nos enseñaron a dejar de ser seres para convertirnos en humanos. Nos enseñaron a sumar y a multiplicar, y a pesar que debían enseñarnos la división y la resta, supimos que no sería lo más conveniente a la hora de administrar nuestras vidas.

Y por aquello de dejar lo mejor para el final, Gracias a ustedes: Mis Amigas del Alma, GRACIAS, por hacer de mis días los más felices y por hacer que empezara a creer en el Horóscopo Chino, nuestro encuentro no pudo haber sido una casualidad. No encuentro las palabras para decirles adiós, hay tanto por decir, pero ¿Cómo les dejo mi mayor enseñanza si fueron ustedes la esencia de lo que aquí aprendí?

Bueno, manténganse siempre jóvenes de espíritu, ríanse hasta que les duela la barriga, duérmanse un día con el sonido del mar y cuídense del sol en la playa. Recuerden siempre, que para lo único que sirve el dinero, es para no necesitarlo. Sigan caminando y Vuelvan Mañana. Si van a ver a alguien hacia abajo que sea para ayudarlo a levantarse. Y si un día se olvidan de ser niños, hagan avioncitos de papel. Píntense la cara de vinotinto en algún mundial, aunque ya no estemos juntas lo vamos a disfrutar mucho. Recen por las noches, y si no es suficiente, cuenten ovejitas hasta que se duerman. Tomen muchas fotos, salen más bonitas de lo que pensaban. Lloren de tristeza y salgan al jardín un día de lluvia sin paraguas. Lean el periódico, es la mejor prueba de que todos los días se aprende algo nuevo. Nunca pierdan la capacidad de asombro, y amen sus vidas, porque se pasa más rápido de lo que creemos. Sean valientes y hagan sin testigos lo que harían frente al mundo entero. Planten un árbol y manténganse como él, con los pies en la tierra, pero siempre creciendo hacia arriba.

Juntas nos tocó vivir algo histórico en nuestra Patria. Quieran mucho a su país, Venezuela es hoy un desafío para ustedes, Vamos a recuperar la dignidad Nacional, Venezuela hoy será nuestro primer compromiso, nuestra única patria, nuestro último destino.

Todo esto que les digo, es poco para lo que aprendimos aquí, día a día, poquito a poquito, pero ahora si llegamos al final, mañana que amanezca no será igual, espero que hayan pasado los mejores años de su vida, definitivamente, valieron la pena. Espero muy especialmente que Dios las siga bendiciendo con regalos como esta inolvidable experiencia, porque para mí se los merecen.

Escribiendo estas palabras, me di cuenta de lo que verdaderamente aprendí aquí. Aprendí a amar el viaje, y no el destino, y aprendí, que lo que uno más quiere es lo que no podemos tocar, las cosas materiales no tienen tanto valor como creíamos, y es que de lo que más me cuesta desprenderme no es del colegio, sino de los recuerdos del viaje con ustedes, que después de tanto buscarlos en mi cabeza, descubrí que, con cada una de ustedes, se habían quedado grabados en mi Corazón.

Muchas Gracias,

Maria Alesia Sosa Calcaño