Este es el testimonio que escribí a partir de la entrevista que le hice a un exiliado.
Testimonio: Cuando me tuve que ir de mi casa
Maria Alesia Sosa
Me lo contó fuera de las fronteras del país que lo vio nacer, el país para el cual trabajó toda su vida. Él entregó su carrera y su juventud a un pedazo de tierra, del que por razones políticas, pero injustas tuvo que salir.
A los 17 años cuando al parecer era demasiado inmaduro para escoger el oficio que haría toda mi vida decidí estudiar Ingeniería Mecánica. Podía no estar seguro de mi verdadera vocación, pero con tan pocos años de edad estaba convencido de algo: amaba mi país y quería trabajar para él y vivir en él, siempre. ¡Qué curioso! Aquella decisión cambiaría mi vida para siempre. PDVSA era la NASA de esta nación, y allí me contrataron siendo un chamito para el desarrollo de la novedosa orimulsión.
Pero en octubre de 2007 me tuve que ir de mi país. No me siento un desertor, pasé 18 años de mi vida trabajando para mi gente, para mi patria, para los gobiernos de turno, para los demás países. La experiencia de mi exilio comenzó inesperadamente cuando en 2002 me uní al paro petrolero, porque me negué a aceptar lo que trataban de imponer. Fui expulsado y perseguido. Se me abrió un juicio administrativo y aquella noticia fue publicada en una página completa de El Universal en febrero de 2006. Fui humillado públicamente, fui tratado como el peor de los delincuentes.
Me tuve que ir, pero en Venezuela dejo mi vida entera. Ahí están mis amigos, mi familia, mis memorias, ahí está mi país. Yo tenía mi vida consolidada en Venezuela y nunca pensé que tendría que huir de la manera más indigna. No sólo me despidieron de mi trabajo, a mí me quitaron mi plata, mi carrera, hasta perdí el derecho de tener pasaporte, mi nombre no puede aparecer en documentos de mis negocios. He tenido que esconderme como un criminal, cuando toda mi vida me he regido por grandes principios.
Yo no me he ido de Venezuela, Venezuela se fue de mí. Y aunque suene impresionante, no le debo nada a ese país. Y la Pdvsa de hoy no es la empresa para la que yo trabajé, esa empresa está muerta y yo no puedo sentir nada por algo que no existe.
Los últimos días en suelo venezolano los pasé vendiendo cosas, los muebles, la casa, los carros. Y aunque estaba convencido de mi decisión sentía una ambivalencia muy grande, tenía un gran duelo interior pero a la vez estaba lleno de esperanza.
Para mis hijos (de 6 y 4 años) ha sido muy duro porque no tienen la comprensión, ellos sienten que están dejando a sus amiguitos. A veces me pregunto qué les voy a contar sobre Venezuela, y he llegado a la conclusión de dejarlos a ellos formarse su propia versión del país de donde vienen. Porque si decido sacar lo que tengo por dentro no tendré la capacidad de contarles algo neutral. Por ahora no puedo hablar de eso con ellos, quizás en unos años porque les daría mi opinión que es muy sesgada y muy dolida. Con mi hijo mayor, he jugado a La vida es bella, porque no quiero que nada de esto entre en su corazón.
En el lugar donde me encuentro me han dado las facilidades y apertura que Venezuela nunca me dio. Para mí, la mayor bendición es que no me siento un extraño. Pero hay una cosa absolutamente cierta, y es que haberme tenido que ir de mi patria me dejó una herida y esa herida no sanará nunca.
Maria Alesia Sosa
Me lo contó fuera de las fronteras del país que lo vio nacer, el país para el cual trabajó toda su vida. Él entregó su carrera y su juventud a un pedazo de tierra, del que por razones políticas, pero injustas tuvo que salir.
A los 17 años cuando al parecer era demasiado inmaduro para escoger el oficio que haría toda mi vida decidí estudiar Ingeniería Mecánica. Podía no estar seguro de mi verdadera vocación, pero con tan pocos años de edad estaba convencido de algo: amaba mi país y quería trabajar para él y vivir en él, siempre. ¡Qué curioso! Aquella decisión cambiaría mi vida para siempre. PDVSA era la NASA de esta nación, y allí me contrataron siendo un chamito para el desarrollo de la novedosa orimulsión.
Pero en octubre de 2007 me tuve que ir de mi país. No me siento un desertor, pasé 18 años de mi vida trabajando para mi gente, para mi patria, para los gobiernos de turno, para los demás países. La experiencia de mi exilio comenzó inesperadamente cuando en 2002 me uní al paro petrolero, porque me negué a aceptar lo que trataban de imponer. Fui expulsado y perseguido. Se me abrió un juicio administrativo y aquella noticia fue publicada en una página completa de El Universal en febrero de 2006. Fui humillado públicamente, fui tratado como el peor de los delincuentes.
Me tuve que ir, pero en Venezuela dejo mi vida entera. Ahí están mis amigos, mi familia, mis memorias, ahí está mi país. Yo tenía mi vida consolidada en Venezuela y nunca pensé que tendría que huir de la manera más indigna. No sólo me despidieron de mi trabajo, a mí me quitaron mi plata, mi carrera, hasta perdí el derecho de tener pasaporte, mi nombre no puede aparecer en documentos de mis negocios. He tenido que esconderme como un criminal, cuando toda mi vida me he regido por grandes principios.
Yo no me he ido de Venezuela, Venezuela se fue de mí. Y aunque suene impresionante, no le debo nada a ese país. Y la Pdvsa de hoy no es la empresa para la que yo trabajé, esa empresa está muerta y yo no puedo sentir nada por algo que no existe.
Los últimos días en suelo venezolano los pasé vendiendo cosas, los muebles, la casa, los carros. Y aunque estaba convencido de mi decisión sentía una ambivalencia muy grande, tenía un gran duelo interior pero a la vez estaba lleno de esperanza.
Para mis hijos (de 6 y 4 años) ha sido muy duro porque no tienen la comprensión, ellos sienten que están dejando a sus amiguitos. A veces me pregunto qué les voy a contar sobre Venezuela, y he llegado a la conclusión de dejarlos a ellos formarse su propia versión del país de donde vienen. Porque si decido sacar lo que tengo por dentro no tendré la capacidad de contarles algo neutral. Por ahora no puedo hablar de eso con ellos, quizás en unos años porque les daría mi opinión que es muy sesgada y muy dolida. Con mi hijo mayor, he jugado a La vida es bella, porque no quiero que nada de esto entre en su corazón.
En el lugar donde me encuentro me han dado las facilidades y apertura que Venezuela nunca me dio. Para mí, la mayor bendición es que no me siento un extraño. Pero hay una cosa absolutamente cierta, y es que haberme tenido que ir de mi patria me dejó una herida y esa herida no sanará nunca.
1 comentario:
Buenisimo Maria, tristemente es lo que tienen que pasar todos los que se tienen que ir del pais por las mismas causas, hay que sumarle el dolor de las madres que vemos partir a los hijos!!! Tu Madrina
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